Los secesionistas catalanes, o bien son tontos de capirote, o bien deben creer que el resto del universo mundo está trufado de completos gilipollas. Sólo así se explica el que suelten las burradas del calibre que las sueltan sin que se les mueva una ceja. Y no me refiero sólo a las masas aborregadas que llevan casi medio siglo teniendo que soportar que el Ebro es un río que nace en el extranjero o que en la Edad Media había una corona catalanoaragonesa, sino a los que sueltan semejantes pamemas.
Esto es explicable porque en esas cuatro décadas largas no ha habido quien les lleve la contraria con un discurso basado en los hechos y en la realidad; no, al menos, con los mismos medios (desde el control de la educación hasta los medios de comunicación).
Hace veinte días, un número indeterminado de personas (treinta mil según la prensa, veinticuatro mil quinientas según Sociedad Civil Catalana y declinamos ofrecer nuestras propias cifras de asistencia según los organizadores) se reunieron para escuchar otra soflama que, en cualquier país civilizado mandaría a los oradores, primero a la cárcel por injurias y calumnias, y luego al infierno por mentirosos. Allí habló el melifluo sobrevalorado, el calvo meacolonia, que soltó perlas como que España es un país autoritario, no como Qatar, o que el caso del tres por ciento se debe a presiones de la fiscalía.
Respecto a esto último, qué país en el que la fiscalía actúa a los dictados de un sujeto con principio de Alzheimer…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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