Se
supone que los diarios de sesiones de las cámaras legislativas, al igual que
los libros de actas de los órganos colegiados, sirven para dejar constancia
fidedigna, ya que no fehaciente, de todo lo que se dice y hace en dichas
cámaras. Sin tales diarios de sesiones no tendríamos constancia de, por un
lado, la brillantez de los oradores de épocas pretéritas ni tampoco, por otro,
de las amenazas de asesinato proferidas en sede parlamentaria contra, por
ejemplo, el presidente del Consejo de Ministros o el jefe de la oposición.
Por
ello, el que la tercera autoridad del Estado haya mandado retirar del diario de sesiones de la cámara baja los insultos que ese charnego cuyo apellido le
retrata a la perfección profirió contra el ministro del Interior supone un
flaco favor. Un flaco favor para ella, por mostrar que está afectada por ese
melindrosismo que parece permear la gran mayoría de la sociedad actual. Un
flaco favor al ofendido, puesto que ya no quedará constancia de por qué se
ofendió. Un flaco favor al ofensor, puesto que, visto que el no retirar sus
palabras no tiene consecuencia ninguna, se envalentonará y proseguirá por la
senda de zafiedad por la que actualmente transita.
Y
un flaco favor a las futuras generaciones, que ignorantes del nivel al que
descendió la oratoria parlamentaria española, en la segunda década del siglo
veintiuno después de Cristo, probablemente profundicen todavía más en esa
degeneración del discurso político.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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