Antes
de entrar en harina, una aclaración: recientemente se ha sumado al grupo que
lee este blog con regularidad (y que hasta no hace tanto comprendía una sola
persona, este nada humilde servidor) una persona que vive en Cataluña, por lo
que conoce de primera mano cómo está allí la situación. Cuando yo escribía como
desahogo, podía decir las mayores barbaridades o inexactitudes sin temor a ser
contradicho ni rectificado. Ahora, en cambio, cabe que alguien se percate de
que mi impresión de cómo andan las cosas por allí –impresión basada en lo que
leo en la prensa u oigo por la radio- no está completamente ajustada a la
realidad. Agradecería a ese alguien que, llegado el caso, hiciera todas las
matizaciones que considere oportunas. Ojo, que no digo que vaya a hacerle caso…
pero leerlas, las leeré.
A
pesar de todo lo dicho, la entrada sobre Cataluña con la que se va a encontrar
esta nueva lectora no se dedica a dar caña a los necionanistas (tranquilos, que en próximos días habrá materia de
sobra con el butifarrendum II), sino
a tocar un tema un poco más halagüeño. Por lo visto, la desintegración de CyU
ha dado lugar, además de al Partido de los Demócratas de Cataluña (o como se
llame: en todo caso, es un oxímoron mayor que el caso del PSOE), a otras dos
formaciones, nacionalistas pero contrarias al proceso (algo que no entiendo
demasiado bien, la verdad, porque los nacionalismos, aquí, en la China
comunista y en la otra, que diría Pérez, son siempre proclives a la exclusión
de los otros y, por lo tanto,
secesionistas en el caso de Cataluña, Vascongadas o Galiciia). Dichas
formaciones se denominan (perdón si traduzco mal, pero los que me conocen saben
que procuro no usar otro idioma que no sea el mío cuando estoy en mi país) Libres (convergentes no soberanistas) y Unidos para avanzar (la nueva Unión), y se
presentarán a las próximas elecciones catalanas.
La
verdad, no les arriendo la ganancia…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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