Las
quejas que exponen los golpistas catalanes suenan a excusas de mal pagador, a
la contricción que muestra el delincuente cuando es pillado en flagrante
delito: lo que siente no es violar la Ley, sino que le pillen haciéndolo.
Conforme
se acerca la fecha de apertura del proceso contra los golpistas, los que se
encuentran encarcelados exhiben sin pudor su cara dura. Olvidando la
disposición constitucional (están tan habituados a pasarse el ordenamiento
jurídico entero por el escroto que es hasta comprensible) de que el español (la
Nicolasa dice castellano, pero se me
entiende) es la única lengua que todos los españoles tienen el deber de conocer
y el derecho a usar, el presidente de la oenegé golpista pide al Supremo que le
juzgue en ese dialecto del occitano que se habla en Barcelona para no vulnerar sus derechos lingüísticos. Asegura
que no tendrá un juicio justo y que declarar con intérprete puede perjudicar su
defensa. No parece sentir la misma preocupación (al fin y al cabo, no son
él) por los miles y miles (¿millones?) de catalanes y de gente del resto del
mundo (Cataluña no es todo el Universo; por no ser, no es ni siquiera su
centro, aunque algunos allá en Waterloo se empeñen en creerlo) que, ellos sí,
han visto vulnerados sus derechos lingüísticos (pero sólo si usan el español).
Para
redondear la cosa, los reclusos golpistas denuncian que en Soto del Real hace frío y que así no pueden prepararse para el juicio; añaden que les han requisado todo lo que sonaba a amarillo. Lo primero es comprensible:
acostumbrados al clima mediterráneo y a la vida muelle (tras las rejas, pero
muelle) que han venido disfrutando hasta ahora, el traslado a la árida meseta castellana,
a una prisión donde no todos les ríen las gracias y les bailan el agua debe
haber supuesto un trauma importante.
En
cuanto a lo segundo… esto es un juicio, no un circo. Así que mejor que les
evitemos la posibilidad de hacer el payaso (y que me perdonen los clowns,
bufones y demás dignos representantes de tan noble profesión).
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