Como
(creo que) decía hace unos días, los Goyas me interesan tanto como aquello de
lo que se supone que van (el cine español del último año… sea el que sea ese
año desde que hay Goyas). Sin embargo, a pesar de ese desinterés por uno y
otros (o por unos y otro), sí he de reconocer (vuelvo a repetirme) que me dan materia
de vez en cuando para este blog.
Y
ese es el caso de hoy, en el que poco más haré que escribir los titulares. En plural,
porque son dos. El primero, que el cine español –a efectos de los poderes
públicos, se entiende: es muy posible que por ahí detrás, al fondo a la
derecha, existan cosas rescatables en la cinematografía patria- consiste en
poco más que subvenciones millonarias a la histérica manchega y una treintena
de directores… que ya tiene bemoles la cosa, porque no sé si los treinta
estarán en la misma situación, pero el besuqueador compulsivo de ministros me
da la impresión de tener el riñón bien forrado ya antes de la subvención… o,
quizá, precisamente debido a las mismas pasadas.
Y
luego está la hipocresía sectaria de los titirizejas,
que ponen a parir a (pongamos por caso) Pinochet pero no condenan en el
festival de San Sebastián (eso es valentía, y no aullar no a la guerra en la villa y Corte) a la banda asesina de
ultraizquierda; ponen a caer de un burro a la única democracia del próximo y
medio Oriente, pero no dicen nada de los terroristas palestinos; reivindican
esto, lo otro y lo de más allá, pero no hacen una sola mención a la ordalía por
la que llevan pasando los venezolanos desde que se instauró el sedicente socialismo del siglo XXI.
Pues
que les vayan dando… ¡Espera! ¿Más aún?
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