La
izquierda en general, y los neocom en
particular, tienen unos estándares morales que son tan elevados para los demás
como rastreros para ellos mismos. Me explico.
Si
sobre un político de derechas recae siquiera la más mínima sospecha de que haya
podido estar remotamente relacionado con alguna actividad ligeramente
reprobable, ese político debe dimitir inmediatamente de todos sus cargos y poco
menos que implorar perdón de rodillas. Poco importa que con el tiempo se
demuestre que el político no cometió ninguno de los hechos que se le atribuían,
o incluso que haya pasado a mejor vida (al otro mundo, quiero decir; no como el Chepas y su calientacamas, que esos sí
que tienen ahora una vida mejor).
Si
en cambio es el de izquierdas el que resulta, no ya salpicado, sino imputado,
juzgado e incluso condenado por alguna conducta que, según los estatutos de la
correspondiente formación política, debería provocar su dimisión ipso flauto, el susodicho se agarrará a
cualquier resquicio para seguir amarrado a la silla (chiste fácil teniendo en
cuenta el personaje del que va todo esto).
Tomemos,
por ejemplo, el caso de Echeminga. Reparte
etiquetas de dignidad o indignidad según le peta; es sancionado por la Justicia
por no haber abonado las cuotas de la Seguridad Social de su asistente; el
código ético neocom establece que
tienen que renunciar al cargo los condenados por delitos contra los trabajadores… ¿y qué dice el argentino recientemente afincado en el barrio de
Salamanca de Madrid (muy proletario y humilde, como todo el mundo sabe)? Pues
que él no ha cometido un delito, sino una infracción.
Pero
claro, como él mismo predica de otros, de algo tiene que vivir hasta Mayo…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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