Hoy
ha muerto Alfredo Pérez Rubalcaba. Una de esas figuras importantes, aunque casi
siempre en un discreto segundo plano. Estoy seguro de que él se sentía más
cómodo así, siendo, como quien dice, el poder tras el trono.
Lo
que voy a decir en esta entrada se refiere al Rubalcaba político, no al
Rubalcaba hombre. Probablemente fuera una buena persona, hasta un tipo decente:
cuando consideró que su papel en la política había terminado, en lugar de
amarrarse a alguna poltrona, como han hecho algunos políticos que no le
llegaban a la altura del zapato, prefirió volver a la Universidad a dar clases.
Eso
le honra, como persona. Pero ¡eh!, que las fuentes dicen que Adolf Hitler era
vegetariano, amante de los animales, abstemio y muy cordial en el trato
cercano. Evidentemente, no estoy comparando a quien muchos consideran el mal
encarnado con el recién fallecido; sólo digo que se puede ser bueno en el ámbito
privado y malo en el público.
Porque,
como político, Rubalcaba fue el perfecto ejemplo de maquiavelismo político. Un individuo
sin escrúpulos, para quien el fin –probablemente, adquirir y conservar el
poder- justificaba los medios empleados. Si había que mentir sobre el
terrorismo de Estado, se mentía; si había que violar la estúpida jornada de
reflexión (dura lex, sed lex), se
violaba; si había que avisar a los terroristas para que escaparan, se les
avisaba. Y eso son sólo tres ejemplos.
Con
motivo de su óbito se ha alabado su papel en el proceso de abdicación de Su
Majestad Juan Carlos I. No veo por qué ha de felicitarse a alguien por hacer lo
que se supone que ha de hacer: como líder del principal partido de la
oposición, su deber, su obligación, era contribuir al bien del país. Probablemente,
fuera de las pocas cosas decentes que el hijo
de P, como me refería a él en este blog, hizo en su trayectoria política.
Eso sí, cada vez van quedando menos de aquella generación de políticos que, mal que bien, hizo posible la transición a la democracia.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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