El
mayor hándicap de Joe Hill es ser hijo de quien es. Probablemente, de tratarse
de otro autor no habría visto, o creido ver, tantas referencias o influencias,
pero es que en Fuego (un título mucho
más dramático –e irónicamente apropiado a la temperatura de los días en que lo
he leído- que el original El bombero)
percibo retazos de Apocalipsis (por
una plaga que diezma la población, aunque aquí los enfermos sean los buenos), Ojos de fuego (evidentemente, por la piroquinesis) y Los Tommynockers (por, si no recuerdo
mal, esa especie de mente grupal).
Por
otra parte, también hay ciertos rasgos del autor de Maine, como esa tendencia a
liquidar a personajes con los que el lector se ha encariñado y, además, sin avisar:
ahora está vivo, ahora está muerto.
En
cambio, Hill dosifica bien el suspense, dejando al lector en ascuas, en plan ya hablaría con él cuando volviera… sólo que
tardó mucho más de lo que suponía. También hay giros de la trama que
resultan inesperados (al menos, para mí); personajes del tipo Jason o Freddy, en el sentido de que resulta (casi) imposible matarlos; malos que resultan no ser tan malos, y buenos
que resultan no serlo; y una escena
post-créditos que vale un potosí.
En
resumen: aunque la sombra de su padre es alargada, Joe Hill hace un meritorio
esfuerzo por salir de la misma. No es una obra maestra –en este sentido, para
mí El traje del muerto sigue siendo
su novela más original-, pero entretiene, y mucho.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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