Que el Islam ha conformado lo que
España es hoy día no lo discute nadie en su sano juicio: una cultura que fue
primero preponderante, luego decreciente y siempre determinante durante cerca
de ocho siglos tiene, a la fuerza, que dejar un poso apreciable.
Otra cosa es que todo sea de ese color
de rosa con que los progres pintan el dominio musulmán en la península ibérica.
La peste negra, por poner un ejemplo un poco sacado de madre, también tuvo una
gran importancia en el devenir histórico del continente europeo. Tuvo consecuencias
negativas (básicamente), pero también dio lugar a tesoros culturales
apreciables, como El Decamerón. Y,
que yo sepa, nadie ha pensado en hacerle un monumento a aquella pandemia.
Probablemente, mis lectores habituales
pensarán del párrafo anterior algo como ¡Hala,
qué bruto!, al tiempo que se ríen por la barbaridad de la comparación. Los que
pasen por aquí por casualidad se echarán las manos a la cabeza pensando que ya
está el cavernícola ese soltando barbaridades. En fin, a lo que iba.
En un pueblo de la provincia de
Zaragoza, llamado Cadrete, un concejal de Vox ha ordenado retirar un busto, que
representa a Abderramán III, de la plaza del pueblo, para enviarlo a un museo de
la localidad. Naturalmente, los progres de la localidad han montado en cólera,
aduciendo que el emir era más español que árabe (lo cual, consultando el correspondiente artículo de Wikipedia, parece ser cierto, puesto que su madre
era vascona –y pocas cosas son más españolas que un vasco… salvo, quizá, dos
vascos- y su abuela paterna también, con lo que era una cuarta parte árabe y el
resto vascón, siendo de piel blanca, pelo rubio rojizo y ojos azul oscuro) y
que se había retirado la escultura con la oposición de parte del pueblo.
Naturalmente, el concejal de Vox estuvo
al quite y señaló que el busto se había emplazado en su lugar hasta la fecha
también con la oposición de parte del pueblo.
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