lunes, 8 de julio de 2019

Una columna de fuego

En este tercer volumen de la saga de Los pilares de la tierra (sí, ya sé que de momento es una trilogía, pero hace treinta años nadie pensaba siquiera que habría una continuación), Ken Follett repite algunas constantes de las novelas anteriores.
Para empezar, la trama gira alrededor de un amor dificultado por las circunstancias; y esta vez no se anda por las ramas, ya en la segunda página tenemos planteada la situación; aunque, al menos, la pareja logra oficializar (llamémosla así) su relación algo antes del final de la obra.
Por otra parte, la trama no es sino una excusa para darnos unas cuantas lecciones de Historia. Lecciones de aquella manera, claro está: los católicos, salvo excepciones, son malos; los protestantes, salvo excepciones, son buenos. Algo así como si un progre nos estuviera contando la Guerra Civil española, cambiando católicos por nacionales y protestantes por republicanos.
Cambia, en cambio, la localización geográfica. La trama ya no se circunscribe a Kingsbridge y sus alrededores, sino que la multiplicidad de escenarios (España, Francia, Países Bajos, Antillas…) es considerable. Al fin y al cabo, en los doscientos años transcurridos desde Un mundo sin fin, el volumen anterior de la saga, el mundo conocido se había ampliado considerablemente.
También cambia la participación de personajes históricos reales, tanto en número como en peso específico. En el primer volumen, que yo recuerde, apenas se mencionaba a cuatro –Esteban, Matilde, santo Tomás Beckett y Enrique II-, y en el segundo sólo recuerdo –y eso, porque tengo relativamente fresca la serie de televisión o, al menos, más fresca que el libro- a Eduardo III y a su madre Isabel de Francia. Los de este tercer volumen son legión, y todos tienen líneas de diálogo y escenas en las que sus actos afectan al devenir de la trama (o, más bien, la trama se ajusta de modo que discurra por vericuetos históricos reales).
Finalmente, el elemento arquitectónico tan presente en las dos primeras obras (la construcción de la catedral en la primera, y su reparación en la segunda) está aquí totalmente ausente. Por no haber, ni uno solo de los personajes principales (incluyendo los de la familia protagonista) es siquiera artista…
¿Mi valoración? Indudablemente, bastante superior a la segunda novela, aunque no alcanza el nivel de la primera, probablemente por ser una continuación. Además, Follett sigue cayendo en sus tics de sexo, violencia y maniqueísmo…

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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