miércoles, 10 de julio de 2019

Vedettes o veletas

Quizá sea porque servidor ha votado al PP toda su vida, y hay grandes probabilidades de que siga haciéndolo, pero pienso que el menos responsable actual de la actual situación de la derecha española es precisamente el máximo responsable histórico de la misma: precisamente, el PP. Me explico.
El PP no tuvo opciones de ser partido de gobierno hasta que consiguió aglutinar bajo unas mismas siglas a la gran mayoría del espectro político a la derecha del PSOE. Cuando lo logró, a su izquierda tenía a un CDS residual; a su derecha, a una serie de partidos de extrema derecha sin opciones reales de conseguir representación parlamentaria. Si el espectro político va del uno al diez (de izquierda a derecha), digamos que el Pp tenía del cinco al ocho u ocho y medio.
El principio del fin se produjo tras los atentados del 11-M (queremos saber), la asunción de la culpa que falaz y falsamente le endosó la izmierda (encabezada por ese Mefistófeles de la política recientemente fallecido, que de hombre de Estado tenía lo que yo de arzobispo de Constantinopla) y la implantación de ese tancredismo que tan bien ejemplificó y ejerció Mariano Rajoy. Cuando en el congreso de Valencia dijo aquello de, sobre poco más o menos, si los conservadores y los liberales no están a gusto, que se vayan, estaba prefigurando, sin saberlo quizá, el futuro a diez años vista.
Porque –vamos a admitir las asignaciones partitocráticas- si al PP le quitas los conservadores por la derecha (Vox) y los liberales por izquierda (Ciudadanos), te quedas en el esqueleto. La mayoría absoluta de 2.011 fue un espejismo, porque enfrente tenían a un PSOE en descomposición tras el Rodrigato; las relativas de 2.015 y 2.016, otro, porque a un PSOE todavía no recompuesto le había salido por la izquierda un forúnculo neocom que consiguió engañar a millones de ingenuos (alguno conozco que es buen amigo mío).
Pero con conservadores y liberales fundando sus propios partidos –que, con las expectativas de lo nuevo, han obtenido unos resultados apreciables-, y un PSOE recompuesto con lo único que de verdad le mantiene unido –el ansia irrefrenable y sin escrúpulo ninguno de alcanzar y ostentar el poder-, unido al lógico desgaste de la extrema izquierda, el PP ha estado a punto de dejar de ser segunda fuerza nacional. Ha caído más bajo de lo que cayó el PSOE porque éste (simplificando) sólo se dividió en dos, mientras que él lo ha hecho en tres.
Hasta aquí, la Historia; ahora, el momento presente. Y el momento presente es que el PP se encuentra, valga el chiste, en el centro de la derecha, con lo cual está obligado a tender puentes a uno y otro lado. Está haciendo lo que puede, procurando templar gaitas con unos y con otros, pero sin conseguirlo. Y creo que, en este caso, la culpa es sobre todo de Ciudadanos, cuyo líder parece haberse creído que puede llegar a ser califa en lugar del califa (de cualquiera de los dos califas: del de la derecha primero, y del de la nación después). O eso, o sufre un ataque grave de maricomplejinismo y se niega a aparecer en una foto con los de Vox, por miedo al qué dirán de los medios de comunicación.
Pues, en una mezcla entre la doctrina Mafalda y el ladran luego cabalgamos, si se dejara de pamplinas y aceptara firmar un pacto a tres, estaría haciendo lo correcto. Habría puesto los intereses del país por delante de los del partido, y habría dejado de tocar las narices de un partido cuyos escaños necesita sí o sí para poder alcanzar gobiernos municipales y regionales. Porque lo que no es de recibo es pedir los votos sin ofrecer nada a cambio; que, en política, (casi) nadie hace nada gratis et amore.
En esto, Vox está demostrando una mayor altura de miras, o quizá una mejor inteligencia política. Hace dos semanas –que es de cuando data el primero de los titulares de este hilo-, daba un giro a su estrategia de negociación en la Comunidad de Madrid, renunciando a los cargos y priorizando las medidas; aseguraba que el PP deja de ser su socio preferente y reclamaba que los tres partidos firmasen el programa, pero si exigir mesa de negociación a tres. Algo que me pareció que, en relación a su postura anterior, era incluso mejor, a efectos de imagen (y ya se sabe que, en la política actual, la imagen lo es –casi-todo).
Pero diez días después, donde dijeron digo decían Diego, o casi. Porque Abascal pidió a Casado y Rivera una reunión a tres para desbloquear las situaciones en Madrid y Murcia, explicando que si no se producía esta cita a tres su próximo paso sería proponer gobiernos en solitario del PP (al que, al fin y al cabo, están más próximos ideológicamente).
La reacción de los otros dos partidos fue la que han venido manteniendo casi todo este tiempo: Rivera rechazó la reunión a tres, mientras que el PP, buscando templar gaitas, firmaba un acuerdo programático con Cs que incorporaba tantos puntos del programa del partido verde que, según la candidata popular a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Vox no tendría motivos para decir no.
Pero los tuvo, o al menos lo dijo: hace dos días rechazaron el pacto popó (populares y pomelos), advirtiendo que no habría pleno con candidato hasta que, cosas de la aritmética parlamentaria, ellos dieran su apoyo; ayer mismo mantuvieron esa postura.
Y hoy… ¿quién sabe lo que pasará hoy? Sobre todo, porque esto lo estoy escribiendo ayer.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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