El
caso de los golpistas catalanes es el paradigma de la duda entre no saber si es
que son tontos del culo o bien piensan que los imbéciles son los demás. Porque
claro, ellos van diciendo por ahí (me refiero al extranjero, que aquende los
Pirineos les tenemos bien calados todos los que no llevamos puesta una venda
ideológica en los ojos) que son la revolución de las sonrisas, que son
pacíficos, que la violencia la ejerce únicamente el opresor Estado español, y
otras falacias por el estilo.
Y,
la verdad, hasta ahora no habrían necesitado recurrir a la violencia. Dado que
los secesionistas controlan todos (o casi) los resortes de poder en la región,
toda la fuerza del aparato público se ha dedicado a apoyar el golpe. Como el
caso de la policía regional, que tan pronto permite la entrada a colegios para
votar en un referéndum ilegal como (o eso sospecha la Guardia Civil) facilita a
los terroristas el acceso al aeropuerto de Barcelona –cortando al tráfico una
carretera, de modo que llegaran en masa- para que puedan tomarlo sin problemas.
Es como si el perro pastor abriera la puerta del redil para que el lobo entre a
merendarse a las ovejas sin mayores problemas.
Y
mientras la policía (la de verdad) se jugaba (literalmente) el tipo haciendo
frente a los terroristas, el ministro del ramo se iba a cenar a un local de moda en el barrio homosexual de la capital. Y no vale que diga que salió un
momento a cenar y luego volvió, porque con certeza tenía locales más cerca, o
incluso podría haber pedido que le trajeran la comida a sus oficinas. Pero claro,
no puede decir (aunque probablemente lo piense, tal es la catadura de los
miembros de este gabinete) que le interesaba más irse de copas que ocuparse de
su trabajo. Así, no es extraño que pronostique una reducción de los disturbios...
mientras los terroristas se dedican a lanzar cohetes contra los helicópteros de
la policía regional (vale, sólo uno).
Disturbios
que, la verdad, tienen una justificación cuando menos peregrina, ya que un
instituto de la región convocó una huelga que aducía como justificación… ¡la represión franquista! Dejando aparte que lo de que Franco castigó a Cataluña es falso, ya ha pasado una buena temporada desde
que el Generalísimo dejó de contarse entre los vivos.
Y
mientras, el que considera que los españoles somos hienas (en hienas pienso
cuando, al salir de mi casa, veo un cartel electoral –aún no retirado- de hace
varias elecciones en el que los neocom hablan
de la sonrisa de un país) anuncia que
quiere culminar la legislatura con un nuevo referéndum separatista.
Contumacia,
le llaman a eso en mi pueblo.