En estos días ha saltado a la palestra el tema de los que se oponen a la vacunación contra la Covid-19. O quizá no haya sido en estos días, sino que ya llevara tiempo. El caso es que es hoy cuando voy a comentar el asunto.
Desde mi punto de vista, los antivacuna
podrían dividirse en dos grandes grupos, grupos que no conviene mezclar porque
son radicalmente distintos, y lo único que les une es, precisamente, que no quieren
vacunarse. En todo lo demás, difieren.
El primer grupo, el más ruidoso,
y el más irracional también, es el de aquellos que ven conspiraciones por todas
partes (en la próxima entrada de esta serie hablaré de una de la que hasta
ahora no tenía noticia): el virus no existe, o es una conjura de quién sabe
quién, o con las vacunas te están inoculando un imán que servirá para
rastrearte… En este grupo se encuentran también los de las soluciones
pintorescas, que van desde las inofensivas (inofensivas en sí), tipo ten
pensamientos positivos hasta las directamente suicidas, como los que dicen
que te curas tomando lejía (Trump, por ejemplo, aunque lo dijera en broma…
espero).
Y luego están los del otro grupo,
los que no se fían de esta vacuna (agrupo aquí las de todas las
compañías), por considerar que no está suficientemente probada. Estos no se
oponen a la vacuna, simplemente no desean que se les administre a ellos. Claro,
que, de estar en un error, son un peligro potencial, ya que no se encuentran
protegidos, siquiera parcialmente, contra el virus.
Por una vez, no por ello, pero sí por mucho más…
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