Suelo
decir que, para mí, ser de izquierdas o nacionalista (entendiendo por tal como
afín a los llamados nacionalismos periféricos)
no es una cosa mala en sí misma (de hecho, tengo conocidos de izquierdas –nacionalistas
no recuerdo ninguno, aunque sí gente que admite sus tesis… y que, curiosamente,
o no, son de izquierdas- a los que aprecio profundamente y con los que me llevo
muy bien: con no hablar de política –o de religión-, todo arreglado), pero que
cuando el sujeto se me atraviesa, opera como circunstancia agravante.
Lo
mismo ocurre con ser del Barcelona, que aisladamente no es ni bueno ni malo.
Así, por ejemplo, tengo tres conocidos que se declaran culés. Vamos a llamarlas
ellas y él. A ellas las aprecio, y procuro no tocar el tema futbolístico en
su presencia; considero su forofismo futbolero en el sentido de bueno, algún defecto tenían que tener, las
pobres. A él, en cambio, no puedo ni verlo; no podía ni verlo desde antes
de saber que era aficionado al club rojiazul, mucho menos después de saberlo.
Lo
mismo ocurre con los que han sido, o son, miembros de alguna de las divisiones
deportivas de la entidad: Carlos Puyol o Juan Carlos Navarro, por ejemplo, son
para mí ejemplos de perfectos caballeros dentro y fuera del terreno de juego,
mientras el charnego secesionista o el calvo melifluo son sujetos éticamente
repugnantes.
El
calvo, sobre todo. Porque va por la vida de ejemplo de todo, con ese hablar
pausado y en un tono suave, cuando en la realidad es que es un hipócrita de
marca mayor y un soberbio de tomo y lomo. Eso último lo demuestra el hecho de que
él mismo ha reconocido que cuando todo el mundo le dice debes cambiar, él contesta debéis cambiar vosotros.
A
continuación dice, quizá sin pretenderlo, algunas de las pocas verdades que han
salido de su boca:
- Yo no voy a cambiar porque no sé hacerlo de otra manera. O, como digo siempre: el entrenador más sobrevalorado del mundo (empezando por él mismo) es un sujeto técnicamente limitado.
- Aquí, como en todas partes, son once contra once y en el mismo espacio. La diferencia es que el árbitro permite más y entonces se iguala más el juego. Esto lo dice el que ha gozado del favor arbitral en todos y cada uno de los cuatro años que entrenó a los culerdos.
- Mientras esté Messi, esto será así, refiriéndose al alto nivel del Barcelona. O, dicho de otra manera, cuando el enano hormonado desaparezca del mapa (o, al menos, del vestuario del Campo Nuevo), esta racha apabullante se acabará.
- Le irá bien [a Ernesto Valverde], como sabía que le iría bien a Luis Enrique. Me remito a mi comentario anterior.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!