Estas
últimas semanas, cuando –como suele decirse- la cabeza de Ernesto Valverde
empezaba a oler a pólvora –más que de costumbre- en relación con su puesto de
entrenador del primer equipo del
Fútbol Club Barcelona, se planteó la cuestión de su sustitución por Javier
Hernández, y se establecía la alternativa de si el charnego debería venir ya o
esperar a final de temporada.
Mi
opinión, claro está, era que debería venir cuanto antes. Considero a Hernández,
junto con su modelo a imitar (en el fútbol y en la política), uno de los
personajes más sobrevalorados (empezando por el concepto que tiene de sí mismo)
del fútbol moderno. Por consiguiente, considero que su aterrizaje en el Farça
supondría unos resultados que constituirían un tortazo de tal calibre que podrían
escucharlo desde su actual residencia en el Golfo Pérsico.
Lamentablemente,
aunque se destituyó a Valverde, su sucesor no fue en antedicho Hernández, sino
el mucho menos famoso Quique Setién. Una decisión acertada, desde mi punto de
vista, partiendo de la base de que considero erróneo despedir a Valverde; dicho
sea todo lo anterior sin que entre a jugar un papel mi aversión furibunda por
el equipo rojiazul, pues en tal caso diría que se habían equivocada al no traer
ya al amante de las teocracias islámicas.
En
cualquier caso, hace casi treinta años el Real Madrid cambió de entrenador
a mitad de temporada cuando iban primeros en la Liga, y acabaron no ganando el
campeonato ese año. A buen entendedor…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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