Cuando
se desnaturaliza la esencia de las cosas, acontecen hechos curiosos. Hilarantes,
incluso, desde un cierto punto de vista.
La
Supercopa de España de fútbol es, por definición, un trofeo que disputan el
campeón de Liga contra el campeón de la Copa de Su Majestad el Rey. Así las
cosas, la temporada en el que un solo equipo conquista ambos trofeos –que hace doblete en el ámbito doméstico- debería
otorgarse automáticamente el título a ese equipo (y así se hacía inicialmente). Pero claro, eso supondría
jugar dos partidos menos (la Supercopa se disputaba a doble partido) y, por lo
tanto, menos dinero para todos. Como consecuencia, y en tales casos, desde hace
un cuarto de siglo el otro aspirante al título era el subcampeón de la Copa.
Este
último año se decidió innovar, y que disputaran el trofeo cuatro equipos: los
dos primeros del Campeonato Nacional de Liga de Primera División y los
finalistas de la Copa (más partidos, más dinero). Además, se jugó en Arabia
Saudí; no por llevar aires de libertad a aquella teocracia feudal, como se les
ha llenado la boca diciendo a los apologetas del invento, sino porque fueron
los que más dinero pusieron encima de la mesa.
Así
las cosas, los que jugaron este año fueron el F.C. Barcelona (como campeón de
Liga y subcampeón de Copa), el Valencia Club de Fútbol (como campeón de Copa), el
Club Atlético de Madrid (como subcampeón de Liga) y el Real Madrid (como
tercero en Liga). Y quien acabó llevándose el torneo fue el Real Madrid, que no
había ganado nada de nada la temporada anterior. Y el finalista fue el Atlético
de Madrid, que ni había ganado nada ni había sido subcampeón de Copa.
Para
más inri, por penaltis, porque acabaron el tiempo reglamentario y la prórroga
con empate a cero.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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