Siguiendo
con el orden en el que se produjeron los acontecimientos en relación con la
investidura de Sin vocales como
presidente del Gobierno de España (a la sexta intentona, por fin, lo consiguió,
y sólo por dos votos de diferencia), hoy toca hablar del discurso llamado de investidura, en el que se supone que
el candidato expone su programa de Gobierno con datos precisos y exactos, no
con vaguedades.
Pero
ya sabemos cómo es el doctor Copión,
con menos sustancia que eso que los ierreceos
dicen que les importa la gobernabilidad (siempre me he preguntado si cuando los
políticos de toda laya dicen gobernabilidad
no deberían decir realmente gobernanza
o, directamente, gobierno) de España.
Por eso, lo que se limitó a soltar fueron una serie de consignas y eslóganes
vacíos, dirigidos a no se sabe bien quiénes: a los propios no, puesto que su
voto ya lo tiene asegurado; a los contrarios tampoco, puesto que es casi seguro
que no le votarían ni aunque prometiera por su conciencia y honor (esa es otra…
¿cómo se puede prometer por algo que no se posee ni siquiera existe?) que
renunciaba a la presidencia del Gobierno; y al público extraparlamentario
menos, puesto que nadie le estaba escuchando.
Eso
sí, dijo algo que demuestra que el socialismo español, en el casi siglo y medio
que lleva existiendo como formación política, algo ha evolucionado. Si Paulino
Iglesias dijo aquello de XXX, el menos gallardo –de momento- de sus sucesores
–y eso que el punto de partida tampoco es que fuera para tirar cohetes-
proclamó, también en sede parlamentaria, que abogaba por el diálogo y la negociación por Cataluña [y yo me pregunto…
¿cómo puede el todo negociar con una parte? Es como si yo me pongo a dialogar
con mi culo] porque la Ley por sí sola no basta. Es decir, y en términos más comprensibles: estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros.
Es
decir, no vamos a adecuar nuestra conducta a la Ley, sino la Ley a nuestra
conducta. Progresismo, lo llamarán.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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