miércoles, 27 de noviembre de 2019

¿Qué hay de lo mío?

En España, el sistema electoral para el Congreso es el que es: por circunscripciones provinciales, y proporcional de acuerdo con la Ley D’Hont. Quejarse tras las elecciones de si el escaño en tal o cual provincia es más caro o más barato en términos de sufragios necesarios es inútil, además de hipócrita y excusa de mal perdedor: sabemos desde hace casi medio siglo cuál es el sistema de reparto de los escaños.
Ahora bien, eso no es óbice ni cortapisa para que, sin entrar en si un escaño en Soria cuesta distinto que en Madrid (por poner una provincia vacía y otra llena), sí critiquemos los efectos perversos del sistema. Uno de esos efectos perversos es que las formaciones que concentran todos sus votos en unas pocas circunscripciones tienen muchas más posibilidades de conseguir un escaño que las que los dispersan. Por poner un ejemplo demagógico: estoy casi seguro de que en España hay muchos más ecologistas sandía que etarras, pero estos últimos están casi todos reunidos en las riberas del golfo de Vizcaya, mientras que los primeros se reparten por toda la piel de toro y archipiélagos.
Y en un panorama político en el que cada vez son menos frecuentes las mayorías absolutas, y en el que el principal partido de la izquierda se opone frontalmente a una gran coalición, cada voto cuenta. Acostumbrados al mercadeo de los partidos nacionalistas histéricos, las sucesivas formaciones regionales han apoyado a quien tocara: como Beltrán Duguesclín, ni quitan ni ponen presidente del Gobierno, pero apoyan a quien les pague… más. Da lo mismo que sean canarios que cántabros, siguen la pauta que convergentes y sabinianos establecieron hace ya cuatro décadas.
Ahora les toca a los de Teruel Existe: para apoyar a Sin vocales reclaman una fiscalidad diferenciada y disparar el gasto público. Su programa no viene acompañado de una memoria económica ni de una estimación de los costes que tendrían las distintas medidas propuestas, y se recoge en, literalmente, un folio. Como buenos populistas (entiéndase lo de buenos), persiguen un aumento del gasto público en la provincia con la expectativa última de que dicha política pueda generar una mayor riqueza en el territorio aragonés. Aunque la dinámica económica penaliza a las zonas rurales e impulsa las grandes capitales económicas, desde la agrupación de electores creen que esta tendencia puede invertirse a golpe de intervenciones varias. En esencia, son políticas "de demanda" y no "de oferta", de modo que se pueden inscribir en una concepción keynesiana del crecimiento económico.
Esto último lo dice el artículo, no yo, pero me lo creo, como también me creo el hecho de que, en el pasado, este tipo de iniciativas se han traducido en grandes fiascos. Por ejemplo, de 1993 a 2016 se desarrolló el llamado Fondo de Inversiones de Teruel, un proyecto valorado en 934 millones de euros que terminó financiando "elefantes blancos" como la Ciudad del Motor, que acumuló 40 millones de pérdidas entre los años 2010 y 2015.
Es el resultado de primar los localismos, en lugar de exigir un determinado número de candidaturas (o incluso presentar listas en toda España) para poder concurrir al Congreso. Si quieren hablar por su territorio, que se presenten al Senado, que para eso es la cámara de representación territorial.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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