miércoles, 6 de noviembre de 2019

Y así, todos contentos

La izquierda (hablo de la española, porque de la del resto de otros países tengo bastantes menos referencias) tiende a considerar que la cultura es patrimonio exclusivo suyo. Es decir, que un artista, de la clase que sea, ha de ser de izquierdas, y si no lo es, no es artista, o al menos lo es pero de una categoría muy inferior.
Naturalmente, esto no es así. Hay grandes artistas de derechas (Alfredo Landa), o artistas que no se casan con nadie y disparan contra todo lo que se menea (Arturo Pérez-Reverte o José Sancho). Igualmente, dentro de la izquierda hay algunos que se auto blasonan de artistas y que no pasan de juntaletras o junta frases (y malos, además). Podría dar nombres, pero la lista se haría eterna.
Lo malo de estos intelectuales de izquierda es que se lo tienen tan creído que opinan sobre todo y sobre todos, venga o no venga a cuento (que no suele venir) y tengan o no tengan los conocimientos y el criterio suficientes (que no suelen tenerlos). Y, al modo goebelssiano, han repetido tantas veces sus pamemas que ya la gente no se escandaliza o, todo lo más, toman sus desvaríos aberrantes como la última boutade de la izquierda.
No es fácil que me falten las palabras o la retórica, pero no sé si voy a ser capaz de poner por escrito el pensamiento que me ronda por la cabeza. Pero en fin, ahí va. Mucha de la culpa –o de la responsabilidad- de lo anterior lo tienen los partidos políticos; básicamente los de izquierdas –es decir, básicamente el PSOE-, pero también en no poca medida los de derechas (es decir, básicamente el PP). Los uno, por alimentar, en una suerte de simbiosis repugnante, ese rebaño apesebrado de estómagos agradecidos; los otros, por claudicar acomplejados, por miedo al qué dirán, y no plantarles cara como se merecen.
Ya llego al nudo del asunto. Resulta que el último premio nacional de narrativa –una escritora de mierda, y lo digo no por su calidad literaria, que ignoro y no tengo el más mínimo interés en conocer, sino porque la escatología (en su sentido orgánico y no teológico) parece ser el tema principal de su obra- se alegra de los disturbios que sacuden Cataluña, y considera que es bueno ver fuego en lugarde cafeterías abiertas. Y esto lo dice desde La Habana, capital de ese paraíso de los trabajadores de donde muchos quieren salir y donde muy pocos quieren entrar.
Pues nada, que ella se tire al fuego mientras yo entro en una cafetería abierta.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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