Podemos nació como una manera de que un grupo de aprovechaos pudieran encauzar el descontento del llamado 15-M para sobrepasar al partido socialista y convertirse así en la fuerza hegemónica en la izquierda española.
Para ello, tenían que mostrar que
eran más de izquierdas que la izquierda, lo que fue conduciendo a una
mutua radicalización de las propuestas: ambos tenían que demostrar que eran más
progres que el otro. Hasta ahí, todo bien.
El problema surgió cuando ninguna
de las dos formaciones logró mayoría suficiente para formar gobierno en
solitario en España, y tuvieron que avenirse a colaborar. O a hacer como que
colaboraban. Para ello, tuvieron que tragarse sus respectivos sapos: los suciolistos
-léase, Sin vocales-, el insomnio que le producía la sola idea de tener
al Chepas en el consejo de ninistros; Junior, el colaborar
con la casta.
El problema es que la mayoría de
los podemarras siguen siendo una pandilla de agitadores de facultad
universitaria. Sólo saben gritar, insultar y oponerse a todo lo que diga la casta.
Y eso está muy bien (entiéndaseme…) cuando se está en la oposición; pero cuando
se forma parte del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer, queda un poco esquizofrénico.
Porque no es de recibo que un miembro del consejo de ninistros critique las decisiones de un compañero -o compañera, o compañere, o compañeru, o compañeri- de gabinete. O que la ninistra del Paro, comunista a la sazón, se vaya el primero de Mayo a manifestarse con los sindicatos… contra el gobierno del cual ella forma parte.
Están todos para que les metan en una celda acolchada y tiren la llave...
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