Philip Kindred Dick era un genio. Philip Kindred Dick estaba un poco grillado. Que lo primero
fuera consecuencia de lo segundo, o al revés, resulta bastante irrelevante. El hecho
es que produjo algunas de las mejores historias de ciencia ficción de la
segunda mitad del siglo XX, y eso que murió joven.
La obra que comento en esta entrada no constituye, dicen, la primera ucronía. Tampoco
la última, y ni siquiera la última en plantear el escenario de que Alemania
hubiera vencido (o, al menos, no hubiera perdido) la Segunda Guerra Mundial:
ahí está, para demostrarlo, Patria, de
Robert Harris, que leí ya hace años y que me encantó.
La novela
de Dick es original, quizá, por dos aspectos. Uno, que no se limita a plantear
el hecho de que el Eje ganara la contienda, ni tampoco a desarrollar las
consecuencias –unos Estados Unidos ocupados y divididos, ese Mar Mediterráneo
desecado (aunque de las repercusiones ecológicas de semejante acto, llevado a
cabo además en apenas una década, Dick no dice ni mu), esas áreas de influencia…-,
sino que, como es habitual en la obra de Dick, introduce aspectos de índole
filosófico o metafísico que rebasan con mucho los límites de la simple novela
de ciencia ficción y que, de algún modo, no llega a rematar.
El
segundo aspecto es que, dentro de ese mundo alternativo en el que se desarrolla
la trama, uno de los personajes plantea lo que podríamos llamar una ucronía dentro de la ucronía, al
escribir una novela (prohibida, desde luego, por las autoridades nazis, y
tolerada por las japonesas) en la que el Eje habría perdido la guerra… pero
donde las cosas no son exactamente como
en nuestro mundo.
En
definitiva, creo que es una obra que apunta muy alto pero que, en cierto modo,
se queda a medio camino de lo que propone. Una lástima.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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