Hace
un par de semanas se produjo un intento de golpe de Estado en Turquía. Mucho
tiempo llevaban los militares tranquilos en un país cuya política está tan
marcada por su presencia como la española del siglo XIX.
Fracasada
la intentona, el autócrata Erdogan –aunque llegado al poder por la vía
democrática, no olvidemos que Hitler, Chávez, Correa, Morales u Ortega también
lo hicieron en su día- ha aprovechado para emprender una depuración que, visto el entusiasmo con que la ha afrontado, a buen
seguro llevaba tiempo deseando afrontar. Así, ha declarado el estado de
emergencia durante tres meses, ha suspendido a quince mil funcionarios de educación y ha apartado de los mandos a docenas y docenas de militares que, por
lo que he leído, querían juzgarle por la tregua que pactó con el PKK,
probablemente la única cosa inteligente que hizo el presidente turco: no sólo
porque así neutralizaba a un enemigo interno, sino porque si alguien puede
operar como un tapón contra el Daesh, esos son los turcos.
Y a
éstos son a los que algunos se plantean incorporar a la Unión Europea. Un
dislate, y no sólo porque sean musulmanes, sino que sostener que Turquía es
Europa porque Constantinopla esté a este lado del Bósforo es como afirmar que
España es África porque Ceuta y Melilla estén en ese continente.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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