El que
me siga en este blog sabe que no siento la menor simpatía, ni personal ni
profesional, por Vicente del Bosque. En lo personal, porque con esa costumbre
de no decir nunca una palabra más alta que otra se ha ganado una fama de
bonhomía que considero totalmente inmerecida; no es que sea una mala persona,
es que es, simple y llanamente, una persona como los demás: salió del Real
Madrid de aquella manera, y sigue respirando por la herida cosa de década y
media después.
En lo
profesional lo considero, siendo generosos, un técnico del montón (la prueba es
que cuando tuvo que gestionar un equipo sin figuras, en Turquía, salió antes de
tiempo del equipo por los discretos resultados), por mucho que haya ganado una
Eurocopa y un Mundial. En mi opinión, se encontró el equipo y el sistema hechos
por quien le precedió en el cargo (ese sí que sabía de fútbol), y mientras la
cosa aguantó seguimos cosechando éxitos. Cuando la generación se agotó, o se
fue diezmando, no es que volviéramos a donde solíamos estar antes (esto es, a
quedar eliminados en cuartos de final), sino que estamos todavía peor:
eliminados de forma sonrojante en la fase de grupos del Mundial, y en octavos
en la última Eurocopa.
Finalmente,
con dos años de retraso, como mínimo, el Marqués del Bosque ha decidido
abandonar la poltrona de seleccionador nacional y no seguir en un puesto para
el que no está calificado, ni profesional ni humanamente. Porque, de haberlo
estado, al Mundial de Brasil habría llevado, no a gente de los suyos (es uno de los nuestros, solía decir),
sino a los que estaban en mejor forma; habría llamado al orden al defensa
central del Farça por sus continuas
salidas de tono, que motivan que se le pite en casi todos los estadios de
España; o no se marcharía poniendo a parir al titular, durante muchos años, de
la portería de la selección española.
Aunque
el interfecto se lo merezca, porque es otro para dar de comer aparte.
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