Cualquiera
que siga este blog desde hace tiempo habrá leído unas cuantas veces lo que voy
a escribir a continuación: los sedicentes laicistas
españoles son, en realidad, anticatólicos. Resulta bastante evidente cuando
cargan contra la jerarquía, los dogmas, los ritos y las manifestaciones de la
Iglesia Católica, pero no de las demás confesiones cristianas. Probablemente,
la única otra religión a la que dedican tantos denuestos e improperios es la
judía.
Con el
Islam, en cambio, y por decirlo pronto y mal, pierden el culo. Es algo en
verdad extraño, puesto que el Islam es una religión mucho más intolerante que
las otras dos de las cuales desciende. Intolerancia no sólo de palabra, sino
también de obra: como suelo decir, con un poco de humor negro, los cristianos
(y quizá los judíos) más radicales condenan al infierno a (por ejemplo) los
homosexuales; sus equivalentes musulmanes, además, les pagan el billete de ida.
Y sin embargo (o precisamente por ello), ahí están los (y las) progres,
profanando lugares de culto cristianos, pero cuidándose muy mucho de hacer lo
mismo con cualquier mezquita de tres al cuarto.
Un
ejemplo de este babeo desmesurado ante la religión creada por el pastor árabe lo
tenemos en la actuación del inefable alcalde de Cádiz, que ha evitado todo lo
posible el acudir (institucionalmente hablando) a los actos de la Semana Santa
gaditana de este año, pero que en cambio se ha apresurado a concurrir a las celebraciones del fin del Ramadán.
Debe
ser que se está preparando para cuando los descendientes de Tarik y Muza se
decidan a emular a sus antepasados.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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