Los ecolojetas, también llamados ecologistas sandía (ya se sabe, verdes
por fuera pero rojos por dentro), son unos sujetos que cuando alguien de los
que ellos consideran criticable (léase, un torero) fallece en la plaza,
aprovechan para vomitar toda la mala inquina que almacenan y dicen las mayores
barbaridades amparándose en el (teórico) anonimato que proporciona la red de
redes.
Así ocurrió
hace dos semanas, cuando un matador llamado Víctor Barrio falleció tras ser
empitonado en el pecho en la plaza de Teruel. En lugar de pensar en los
familiares del fallecido, se dedicaron a proferir toda clase de frases
nauseabundas que, en el menor de los casos, constituirían un delito de ofensas.
Es el caso del rapero neocom Pablo
Hasel –al que no he oído en la vida ni tengo intención de hacerlo-, que soltó
la gracia de decir que Si todas las corridas de toros acabaran como las de Víctor Barrio, más de uno íbamos a verlas.
Afortunadamente,
en el mundo de la tauromaquia hay mucha más cultura y educación que en el de
los llamados antitaurinos (Lorca, Hemingway o Picasso, sin ir más lejos, que no
son santos de mi devoción pero que son reverenciados por los progres de cualquier pelaje). Incluso
los toreros actuales son capaces de articular un discurso razonado y educado,
muy alejado de aquellas frases de hace un siglo como Más cornás da el hambre o Hay
gente pa’ tó. Julián López, el Juli,
respondió a aquellos que se preocupan más por la muerte de un animal que por la
de uno de sus semejantes, y lo hizo con contundencia pero, al propio tiempo,
sin perder las formas.
En un
discurso que habría alabado el propio Baltasar Gracián por lo conciso, señaló
que la actitud de los antitaurinos era inhumana, y que uno de los tuiteros más deleznables –el adejtivado
es mío-, profesor para más señas, es un
ser vomitivo e indigno.
Vamos,
que se puede decir más alto, pero no más claro.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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