Algún
avispado procedió, hace tiempo, a
comercializar unas camisetas de fútbol de color blanco, con un escudo redondo
en el que aparecían las letras eme, ce y efe, y que en el cuello llevaba el
trapito republicano tricolor. El Real Madrid, vaya usted a saber por qué,
planteó una denuncia por infracción de la propiedad industrial que fue
desestimada, desestimación que ahora ha sido recurrida ante la Audiencia Provincial.
El
juez que rechazó la denuncia lo hizo basándose en que las camisetas no son confundibles (para un ciego, quizá), y además reprochó
al club merengue que no supiera distinguir
los valores antagónicos que diferencia a la monarquía de la república.
Como
yo sí sé distinguirlos, me voy a permitir señalar algunos de esos valores antagónicos. La monarquía, por
definición, es de todos, y acoge en su seno incluso a quienes quieren
derribarla o destruirla; la república (de izquierdas, de aquí en adelante), en
cambio, es excluyente y no tolera la disensión. La monarquía, antes que
provocar un baño de sangre, prefiere renunciar (al menos, de palabra); la
república se encastilla y busca mantenerse como sea y al precio que sea. La monarquía
acepta unos resultados electorales que no le son contrarios pero que parecen
mostrar una cierta corriente de opinión; la república, cuando los resultados le
son contrarios, monta una revolución para asir el poder al que cree tener
derecho ontológico, y monta un pucherazo en los siguientes comicios para dar a
ese asimiento una apariencia de legalidad. La monarquía traga carros y
carretas; la república amenaza de muerte en sede parlamentaria a quienes la
critican, y los asesina en la calle con nocturnidad y alevosía.
Hablamos,
naturalmente, del caso español. En otros países las cosas no son tan
acentuadas, pero sí muy parecidas (Italia y Grecia, por ejemplo, no han
permitido a los miembros de sus familias reales regresar a su patria hasta
fechas relativamente recientes).
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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