La
izquierda española tiene una larga tradición que acredita su nulo talante (odio
la palabrita, pero a ellos les encanta, así que…) democrático. Sin necesidad de
remontarnos al golpe de Estado de 1.934 o las elecciones de 1.936, bastaría con
recordar el comentario de Alfonso Guerra –España
se ha equivocado- cuando, a finales de los años setenta, las urnas les
negaron la mayoría absoluta que ya creían a su alcance y que tocarían no mucho
tiempo después.
Casi
cuarenta años después, las cosas no han cambiado demasiado (por no decir que
nada en absoluto). Los neocom, con
unas expectativas demoscópicas excelentes –hablaban de que se produciría el tan
ansiado sorpasso-, quedaron, como de
costumbre, por debajo de las mismas: de hecho, a pesar de la coalición
electoral con los paleocom –que,
visto lo visto, resultó ser más un parche que una solución- no han conseguido
más que mantener los mismos escaños que en las elecciones de seis meses antes.
Eso
sí, la culpa no fue suya, sino de los demás. El ex JEMAD –al que no parecen
querer como representante en ninguna circunscripción electoral- ha afirmado que
los votantes del PP son un peligro porque no creen en la ética. Que eso lo diga un militar del que sus (ex)
compañeros hablan pestes y que milita en un partido que se ha financiado con
fondos de una teocracia homófoba y de un dictador sanguinario sería casi
gracioso. Menos gracia tienen otras reacciones, como las que hablan de
pucherazo o las que dicen que hay que matar a los viejos porque son los que
votan al Partido Popular.
Pues
bien, yo tengo cuarenta y siete años, voto al Partido Popular y creo en la
ética. Precisamente por ello no he votado ni votaré nunca a un partido
comunista, se camufle de lo que se camufle. Y sí, lo sé, tengo pendiente un
comentario de las últimas elecciones generales. En cuanto tenga tiempo me
pondré a ello, que llevo tres semanas un poco frenéticas.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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