Leí
los tres primeros volúmenes de la saga Millennium
en otra etapa de mi vida. Más tranquila, quizá; más feliz, puede. No sé por
qué, el leer el cuarto volumen de la saga me ha puesto melancólico, pero el
hecho es que así ha sido.
Los
tres primeros volúmenes me los regalaron por mi cumpleaños y, a pesar de ser
relativamente largos, me los ventilé en trece días. De hecho, volví a hacer
algo que hacía mucho tiempo que no hacía: leer por la noche, en la cama, antes
de acostarme. Desde entonces he vuelto a hacerlo alguna vez, pero no
demasiadas.
Este cuarto volumen, ya no escrito por Stieg Larsson, podríamos decir que mantiene
el tipo, pero no más. Considerado aisladamente, es una novela policíaca
relativamente digna, interesante incluso; sin embargo, tiene que compararse con
la historia de la cual parte, y ahí es donde falla, al adolecer de la falta de
ese je ne sais quoi de sus
precedentes.
Aunque,
en realidad, sí que es fácil saber qué tenían los primeros volúmenes: el
personaje de Lisbeth Salander (para mí siempre con la cara de Noomi Rapace,
nunca con la de la actriz apellidada Mara –no recuerdo si Rooney o Kate- del remake hollywoodense de la primera
película), entonces nuevo, sorprendente y rompedor.
Ahora,
en cambio, no aparece hasta pasada la página cien (de apenas seiscientas
cincuenta), y su aparición es mucho más episódica; supongo que algo parecido
debió ocurrir a los fans de James
Bond cuando Sean Connery fue sustituido por George Lazenby primero y por Roger
Moore después. A cambio, aparece otro personaje que podría dar juego en los
próximos volúmenes (que los habrá si acompañan las ventas, seguro) y del que no
doy más datos para no destripar el asunto a posibles lectores.
Por otra parte, la trama de la novela tiene un tono mucho más panfletario que las anteriores. No quiero decir que Larsson no vertiera su ideología en sus novelas, pero lo hacía de un modo (al menos, así me lo pareció) menos descarado.
Por otra parte, la trama de la novela tiene un tono mucho más panfletario que las anteriores. No quiero decir que Larsson no vertiera su ideología en sus novelas, pero lo hacía de un modo (al menos, así me lo pareció) menos descarado.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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