En
Estados Unidos, en Partido Demócrata ha sido siempre, en general, el primero que (entendámonos, de
partidos con posibilidades de alcanzar la presidencia). Fue el primero que tuvo
un presidente con más de dos mandatos (Franklin Delano Roosevelt, entre 1.932 y
1.945; el primero… y el único posible, tras la reforma constitucional); el
primero con un presidente católico (John Fitzgerald Kennedy, en 1.960; el
único, de momento); el primero con una candidata a vicepresidente (Geraldine Ferraro, en 1.984); el primero con un presidente no-blanco (Barack Hussein Obama, entre 2.008 y 2.016; llamarle negro sería cargar demasiado las tintas,
y perdón por el chiste fácil); y, ahora, el primero con una candidata a presidente (Hillary Rodham Clinton, este mismo año). Vamos, salvo tener el
primer presidente dimisionario (Richard Milhous Nixon, en 1.974) y el primero
no elegido por voto popular (Gerald Rudolph Ford, en 1.974), copan las primeras
posiciones.
Hillary
Clinton no me cae simpática. Dudo que le caiga simpática a alguien, marido
incluido. Pero ya hace ocho años pensaba que era la mejor preparada de los
precandidatos de cualquiera de los dos partidos, y sigo pensándolo. Vamos, que
aunque si fuera estadounidense probablemente votaría republicano por sistema, en
este caso es casi seguro que votaría demócrata.
Más
o menos, por las mismas razones por las que Chirac fue reelegido con el
porcentaje más alto de toda la Quinta República francesa (me estoy columpiando,
pero me apuesto el cuello a que acierto): por ser el mal menor.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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