Leí
en alguna parte que cuando a una palabra que tiene sentido por sí misma y que
engloba a una pluralidad en principio homogénea se le adosa un adjetivo que
distingue una clase especial dentro de esa pluralidad, es porque esa clase no
es exactamente lo mismo que el resto de la pluralidad. Es el caso del sedicente
matrimonio homosexual, o de las llamadas (por los autócratas de las mismas) democracias
populares.
Sirva
esta digresión introductoria (o esta introducción digresora) para situar el
juego de palabras que da título a esta entrada, y que tiene que ver con las
declaraciones de doña Rojelia a
propósito del futuro. Según la alcaldesa de Madrid, Me corresponde tutelar mi sucesión y lo asumo con gusto.
Para
estar en una formación que hizo de la consulta a las bases el eje (teórico) de su funcionamiento, y del dirigismo de
las élites rectoras de los partidos tradicionales el blanco de sus críticas,
esta manifestación supone, amén de una traición del subconsciente (y
precisamente por ello), un gesto, cuando menos, desafortunado. Así ha quedado
de manifiesto por la reacción de Ganemos, uno de los grupúsculos neocom (esto es casi innecesario
mencionarlo; lo de neocom, digo) de
la formación morada, que criticó las palabras de la alcaldesa, señalando que la tutela
de Carmena en su sucesión es contraria
a la democracia participativa.
Alguien
debería explicarles a estos muchachos que la democracia es, por esencia, participativa,
así que no hace falta mencionarlo; y que las tutelas (dedazos, en castizo), no
lo son… también por esencia.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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