Como
le comenté a mi padre este fin de semana, entre carcajada y carcajada, el
estilo de Stewart en su serie de libros sobre su vida en Órgiva me recuerdan
poderosamente a las historias de Gerald Durrell: un inglés trasplantado a un
entorno exótico (para él) al que le suceden cosas tan surrealistas que algunas,
por fuerza, tienen que ser inventadas. Aunque, por otra parte, no parece
posible inventarse semejante cúmulo de vivencias singulares…
Sin
embargo, algo que Durrell jamás hizo, o al menos no lo recuerdo yo así, fue
deslizar tufillos ideológicos (de inglés progre) en sus escritos. Stewart sí lo
hace, quizá confiado en que le leerán, o bien guiris incultos, o bien españoles
progres. Lo malo es cuando le lee un español con, modestia aparte, una cierta
cultura, porque entonces se le pilla una vez tras otra: que si lo que echó a
los musulmanes fue una invasión cristiana (fue la Reconquista, don Cristóbal),
que si la educación española es mala (y agonizante en lo público), que si los secuaces (sic) de Franco asesinaron
(sic) a García Lorca (Ramiro de Maeztu o Muñoz Seca, por ejemplo, debieron
morir de muerte natural… aunque cuando te pegan un tiro, lo más natural es
morirse), que si los funcionarios (españoles) son una casta (el término es mío)
que trata displicentemente a los ciudadanos, que si Galicia es el único rincón verde de España (Asturias, Cantabria y hasta Vascongadas deben ser émulos del Gobi, por lo que parece)… Eso sí, cuando Stewart se deja de
chorradas adoctrinadoras y nos cuenta sus (supuestas) vivencias, te ríes con
ganas.
Con
ganas también colleja al traductor, que dice tan pancho que en la Tierra hay
billones (con be de burrada) de seres humanos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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