lunes, 24 de abril de 2017

Los últimos tiempos del Club del autobús

Como le comenté a mi padre este fin de semana, entre carcajada y carcajada, el estilo de Stewart en su serie de libros sobre su vida en Órgiva me recuerdan poderosamente a las historias de Gerald Durrell: un inglés trasplantado a un entorno exótico (para él) al que le suceden cosas tan surrealistas que algunas, por fuerza, tienen que ser inventadas. Aunque, por otra parte, no parece posible inventarse semejante cúmulo de vivencias singulares…
Sin embargo, algo que Durrell jamás hizo, o al menos no lo recuerdo yo así, fue deslizar tufillos ideológicos (de inglés progre) en sus escritos. Stewart sí lo hace, quizá confiado en que le leerán, o bien guiris incultos, o bien españoles progres. Lo malo es cuando le lee un español con, modestia aparte, una cierta cultura, porque entonces se le pilla una vez tras otra: que si lo que echó a los musulmanes fue una invasión cristiana (fue la Reconquista, don Cristóbal), que si la educación española es mala (y agonizante en lo público), que si los secuaces (sic) de Franco asesinaron (sic) a García Lorca (Ramiro de Maeztu o Muñoz Seca, por ejemplo, debieron morir de muerte natural… aunque cuando te pegan un tiro, lo más natural es morirse), que si los funcionarios (españoles) son una casta (el término es mío) que trata displicentemente a los ciudadanos, que si Galicia es el único rincón verde de España (Asturias, Cantabria y hasta Vascongadas deben ser émulos del Gobi, por lo que parece)… Eso sí, cuando Stewart se deja de chorradas adoctrinadoras y nos cuenta sus (supuestas) vivencias, te ríes con ganas.
Con ganas también colleja al traductor, que dice tan pancho que en la Tierra hay billones (con be de burrada) de seres humanos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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