Finalmente,
la baronesa andaluza dio el paso y se presentó como candidata para las
primarias del Partido Socialista. Tras mucho amagar, no le quedaba otra opción:
si se presentaba y perdía, malo; pero si no se presentaba, peor, porque había
dejado pasar demasiados trenes.
El
problema de Susana Díaz es que en su vida ha ganado ninguna confrontación
electoral. Llegó al palacio de San Telmo tras ser designada por el dedo de su
predecesor (parece que un dedo de izquierdas es mucho menos reprobable, para
las izquierdas, que un dedo de derechas), y cuando convocó elecciones para
apuntalar su exigua mayoría relativa, si bien es cierto que obtuvo el primer
puesto tanto en votos como en escaños, no es menos cierto que su mayoría
parlamentaria quedó disminuida.
El
problema es que menos de un veinte por ciento de los militantes socialistas quieren que lidere el partido. Tras década y media larga de radicalización,
primero con el rodrigato y luego con
el mucho más breve sanchezato (o sanchato), la perciben como lo que es,
como un miembro de ese aparato que,
imbuido del espíritu lampedusiano, lo que más desean es que todo siga como
está. Quizá por eso, la presidenta andaluza es la favorita… entre los votantes
del PP (la prefieren en un 50,5% de los casos), mientras que Sánchez arrasa
entre los podemitas. Será porque los primeros esperan que con la candidata se
pueda hablar, mientras que los segundos saben que con el segundo es con el
único con el que tienen posibilidades de alcanzar un acuerdo.
Será
porque tanto Susana como Francisco saben que dan la mano a los neocom, éstos no es que se la muerdan:
es que la devoran hasta el otro brazo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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