Los
apologetas (¿o quintacolumnistas?) del Islam en las sociedades occidentales no
se cansan de decir que los seguidores de Mahoma son, en general, pacíficos y
tolerantes y que, por lo tanto, aquellos que hacen una interpretación radical
de su doctrina son la excepción, no la regla.
Es
como con la corrupción en el PSOE a finales de los ochenta y principios de los
noventa: ¿cuántos casos aislados
hacen falta para que lo que llaman excepciones
sean considerados como norma general? Los terroristas musulmanes son la
excepción, no la norma, por más que la mayoría de los musulmanes no condenen
sus atrocidades o, cuando lo hacen, sea en general de una manera tibia. Los
musulmanes exigen (no piden, exigen) que se respeten sus costumbres en aquellos
países que los acogen, mientras que en los países confesionalmente musulmanes
(que son legión, mientras que la mayoría de las naciones occidentales se
declaran aconfesionales) también se deben respetar las costumbres… musulmanas:
si un saudí visita el Vaticano, se han de tapar las partes pudendas de las
estatuas para no ofender al visitante; y si una occidental visita Arabia Saudí,
salvo que tenga los ovarios muy bien puestos, ha de taparse con un velo para no
ofender a aquél al que se visita.
Por
eso, cuando uno lee el titular de que han detenido a los padres de una joven a la que maltrataban por no ser lo bastante musulmana, los progres dirán, en el mejor de los casos, que se trata de una
anormalidad o una excepción, mientras que algunos nos tememos, por el
contrario, que no sea más que la punta del iceberg.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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