viernes, 11 de agosto de 2017

De qué se discute, que me opongo

La izquierda española nunca ha sido especialmente ducha en crear un programa de gobierno que fuera, a la vez, mínimamente viable y provechoso para la nación. Y dadas las cabezas dirigentes, que no pensantes, de las dos principales formaciones de ese espectro (nunca mejor dicho) ideológico en la actualidad, esa circunstancia no parece que vaya a cambiar en el futuro inmediato.
Lo único que une a suciolistos y neocom es su empeño en echar al Partido Popular del poder y, de ser posible, incluso de las instituciones. Mientras llega ese momento (en realidad, por nuestro bien, espero que no llegue nunca, pero es una frase hecha) se entretienen oponiéndose a todo lo que diga o haga el partido del gobierno (lo cual, dado el proverbial tancredismo de su líder, tampoco es que sea demasiado).
Una de sus matracas (la de los izquierdistas; ya hemos establecido que los populares tienden a hablar más bien poco, así que pedirles una matraca es caso como solicitar peras al olmo) es la de la reforma constitucional. Estoy de acuerdo que nuestra vigente norma suprema del ordenamiento jurídico (Europa mediante), transcurridas casi cuatro décadas desde su aprobación en referéndum (no se olvide, por una mayoría abrumadora de los sufragios emitidos, que a su vez supusieron una mayoría abrumadora del censo; que vayan aprendiendo esos necionanistas que hablan de legitimidad democrática cuando apenas consiguen que apoye sus bufonadas uno de cada cuatro de los llamados a las urnas o, como diría el argentino trasplantado a la ribera del Ebro, a las cajitas sobre las mesas), requiere de reformas que vayan más allá de los retoques cosméticos o políticamente correctos (esa eliminación de la pena de muerte sí o sí…) que se le han aplicado en contadas ocasiones. Pero de ahí a acordar crear alguna instancia parlamentaria (cualquiera, da lo mismo, al menos a ellos) para reformar la Constitución y así, aunque no sea suficiente (nunca lo es y nunca lo será), resolver el conflicto en Cataluña.
Y es que, cuando uno empieza un camino, aunque no sepa por dónde irá, es cuando menos recomendable que tenga medianamente claro el destino. Cosa que no ocurre con ese inefable par de pazguatos, Junior y Pdr Snchz, para quienes lo único importante parece ser moverse. Quizá para que la gente no se dé cuenta de que son poco más que vejigas vacías que sólo emiten ruidos por el aire que expulsan…

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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