Quizá
lo que sigue esté mediatizado por mi condición de varón y es posible (probable,
incluso) que la parte femenina de mis lectores (o parte de esa parte, al menos)
pueda estar en desacuerdo con lo que voy a decir. Pero bueno, si escribo en
este blog es para poder decir lo que me plazca sin temor a ser interrumpido
(que no a ser contradicho, eso entra dentro de lo deseable, aunque no se
produzca con demasiada frecuencia). A lo que vamos.
Leí
con estupor –aunque no por sorpresa, dada la deriva hacia lo políticamente
correcto (o lo que los adalides de lo políticamente correcto consideran como
políticamente correcto)- la noticia de que en la próxima Vuelta Ciclista a España se iba a suspender el tradicional intercambio de besos (castos y
recatados, eso sí; en las mejillas nada más) entre los distintos corredores que
subieran al podio al finalizar la etapa y las físicamente agraciadas señoritas
(o señoras, vaya usted a saber) que, con la denominación de azafatas, hacen
entrega de los correspondientes trofeos a los miembros más destacados de la
denominada serpiente multicolor.
Por
lo visto, semejante actividad ha sido considerada como machista y denigrante por
parte de la progresía biempensante. Pero, que yo sepa, nadie ha obligado a los
atractivos ejemplos del denominado bello
sexo a desempeñar semejante empleo, más basado quizá en sus atributos
físicos que en sus cualidades intelectuales. Se trataría, por tanto, de un caso
perfectamente legítimo y respetable.
Claro
que, como soy varón, quizá esté equivocado y se trate de un supuesto más de
opresión heteropatriarcal y machista. Vaya usted a saber…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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