Dada
la deriva radicalizada que ha tomado el proceso secesionista en Cataluña,
resultaba inevitable que los que no hace demasiado tiempo pasaban por ser los
más radicales vayan quedando paulatinamente como moderados y hasta timoratos.
No hace mucho tiempo, el partido de Rahola y Colom, luego de Pérez y Tardá y
ahora de Junqueras y Rufián eran los exaltados, aquellos con los que no se
podía cruzar apenas dos palabras porque a las primeras de cambio echaban (dialécticamente,
por supuesto y gracias a Dios) las patas por alto, o bien avanzaban, carnet en
boca, para ocupar una propiedad privada ajena en ese archipiélago al Este de la
península ibérica.
Hoy,
en cambio, han sido superados en cuanto a despropósitos –que van desde la
educación de los hijos por la tribu
(quizá por no tener demasiado claro quién sería el progrenitor masculino, vaya
usted a saber) hasta el abandono de los productos manufacturados para la higiene mensual (la expresión no es mía)
femenina para sustituirlos por espongiarios- por los llamados antisistema, sujetos cuyo ideario parece
reducirse a vivir a cuerpo de rey (por muy antimonárquicos que se declaren) en
este sistema mientras van construyendo otro más a su gusto en el que, es de
suponer, seguirán viviendo a cuerpo de rey.
Decía,
pues, que para no quedarse atrás los que impulsaron el proceso como, quizá, una manera de tapar sus vergüenzas (judiciales
y de simple gestión), se han visto obligados, al tiempo que radicalizaban sus
postulados, a ir purgando a aquellos elementos más renuentes a la repetida
radicalización. Así, los que antes eran el centro son ahora poco menos que
ultraconservadores, mientras que la antigua extrema izquierda aparece ahora
casi como de centro y como la gente con la que hay que dialogar; no porque
escuchen o se muestren dispuestos a ceder en lo más mínimo, sino porque,
siguiera parcialmente, son los que tienen la sartén por el mango. Sartén en la
que sólo parece haber tres ingredientes; o, dicho de otro modo, consejo de
gobierno regional en el que sólo parece haber tres elementos de programa: poner las urnas, seguir con las purgas y liquidar los restos del Partido Demócrata
Catalán (o como demonios se llame), antaño todo en la región y hoy poco más que
nada en absoluto salvo un corte de pelo imposible y un mentón prominente. Y,
así, cuando por ejemplo el director del cuerpo autonómico de policía manifiesta
siquiera un atisbo de respetar la legalidad vigente, se le hace dimitir y se le
sustituye por otro cuyo bagaje curricular consiste en que los españoles le dan
lástima (es decir, que, mal que le pese, le da lástima él mismo, quizá sin
saberlo de modo consciente).
En
cuanto al título de la entrada… bien, hay una canción de cuando el trío catalán
hacía gracia en lugar de dar asco, en la que describe el paulatino proceso de
depuración de las esencias de dos formaciones políticas, una de derechas y otra
de izquierdas. Al final, en cada uno de los partidos sólo queda una persona que
mantiene los principios, condenada a recordar batallitas del abuelo Cebolleta
con su contrapartida de la formación contraria.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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