Adquirí
este libro, supongo, por ese afán completista que tengo, además de por haber leído
en alguna parte una crítica favorable. Y ataqué su lectura con una cierta prevención,
porque más de mil páginas de Dickens parecían muchas páginas… y mucho Dickens.
Sin
embargo, me he llevado una agradable sorpresa. No hay en toda la obra nada del
melodrama (o del melodramón) que estoy acostumbrado a encontrarme en las obras
del autor victoriano, y sí mucho del humor que resulta esporádico en el resto
de su obra (al menos, de la que yo he leído). Hay villanos, claro, pero son los
menos y resultan villanos de medio pelo, por así decirlo; en la mayor parte de
los casos no reciben el justo castigo a su perversidad (expresión que no es
mía, pero que no recuerdo dónde leí… porque la leí en alguna parte, hace ya
mucho tiempo); en la mayor parte de los casos, el castigo se limita a recibir
uno o dos puntapiés (aunque en uno de los casos, no el del más perverso, son
más bien varias docenas de puntapiés). Hay también descripción de la cárcel por
deudas, escenario éste que Dickens conocía por experiencia personal; pero éste
parece ser el único reflejo autobiográfico en toda la obra. Vamos, que Dickens
enganchó a sus lectores con esta historia bienhumorada y caricaturesca, para
pasar después a endilgarles folletines lacrimógenos uno tras otro, salvo alguna
excepción que ahora no alcanzo a recordar.
Ha
sido, pues, una agradable lectura que me ha acompañado durante las vacaciones y
la vuelta al trabajo. No se ha hecho en absoluto largo, y uno casi lamenta que
el señor Pickwick, el fiel Sam Weller y todos los demás personajes no nos
acompañaran durante otras mil páginas… por lo menos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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