Los
seres humanos en general, y los políticos en particular (no hablemos ya si esos
políticos son de izquierdas, y si además son españoles es el acabose) tienden a
proclamar una cosa y a comportarse de modo diametralmente opuesto a aquello que
dicen.
Tomemos,
por ejemplo, el caso de la violencia ejercida por regímenes autoritarios. Cuando
se les requiere para que condenen la que tiene lugar en autocracias
izquierdistas (pasado cierto límite, apenas hay diferencias entre una
autocracia de derechas y una de izquierdas, con el matiz de que las primeras
suelen dejar el país en mejor estado del que se lo encontraron, y las segundas
peor), ellos –me refiero a los izquierdistas españoles-, so capa de una pretendida
equidistancia –la misma que dicen
mantener respecto a los terroristas (si estos son de izquierdas, claro)
afirmando que hay víctimas en ambos lados- se ponen de perfil al tiempo que
afirman que condenan todas las violencias.
Esto
solo ya sería bastante lamentable de ser cierto. Tanto la religión como el
Derecho nos enseñan que hay violencias legítimas –la legítima defensa, sin ir
más lejos-, mientras que hay otras que en modo alguno son justificables. Pero es
que, además, por un lado está el hecho de que quien condena todo acaba por no
condenar nada; y, por otro, hay ámbitos de la vida en los que no cabe mantener
equidistancia: quien en esos casos no está con las víctimas, está contra ellas,
por mucho que porfíe en no estarlo.
A
mayor abundamiento, ya se encargan los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa, que decía el poeta, de mostrar la falacia de los argumentos
esgrimidos. Un par de semanas después de la no condena, Junior y su churri (la
actual, porque este cambia de pareja como de c… goma de la coleta) se
encontraban tomando algo en la terraza de un local de restauración, cuando
fueron increpados por un grupo de venezolanos que les reprocharon su
complicidad con el régimen del conductor de autobús devenido presidente (qué
cierto es el dicho de otro vendrá que
bueno te hará) proclamando que nos morimos de hambre, que lo sepan.
Esta
vez, los neocom sí que se dieron
prisa en condenar tal (según ellos) violencia, al tiempo que hacían responsable
de la misma, no a su compadreo con el régimen bolivariano, sino a quién sabe
qué oscuros manejos del Gobierno español (para ser un hombre caracterizado,
según sus detractores, por una desidia galopante, Rajoy es que no para de hacer
cosas), que por lo visto no tiene nada mejor que hacer que azuzar a la
oposición venezolana contra los neocom
españoles.
Nota
para despistados: el paréntesis de la primera frase de esta entrada viene
motivado, a no dudarlo, por mi condición de persona de derechas (y orgullosa de
serlo). Todo el mundo sabe (lo proclaman ellos mismos) que los izquierdistas
son, como decía la Pepa, justos y
benéficos y, además, genéticamente incapaces de hacer nada malo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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