…o,
al menos, eso es lo que parecía de primeras, cuando a principios de mes saltaba
la noticia de que las juventudes de los clicks
de Famobil se dedicaban a pinchar las ruedas de las bicicletas para turistas y amenazaban con más ataques.
En
principio, todo daba a entender que se trataba de una muestra más de ese
aldeanismo del que siempre han hecho gala los regionalismos de ultraizquierda
en España, convencidos de que su región es el ombligo del mundo, que si no han
llegado a más es por culpa de la malvada España y que, dejados a su albur (esto
es, ellos solos, sin visitantes del exterior), serían capaces de crear poco
menos que un paraíso (laico, por supuesto) en la Tierra.
Contra
estas actuaciones vandálicas clamaron los empresarios de la Ciudad Condal (la
pela es la pela, venga de donde venga, aunque sea del extranjero), que pidieron
a la bruja Piruja que atajara de raíz los ataques al turismo. Petición que oscilaba entre la hipocresía y la
inutilidad total: ésta, porque si de alguien está cerca ideológicamente
(entiéndase, de boquilla, que una vez ha aposentado su tafanario en la
poltrona, a ver quién la aparta de ahí) la primera edil barcelonesa es de esos
antisistema que buscan vivir del sistema lo antes posible (aunque sea
convirtiéndose ellos en el sistema); aquélla, porque fue un sector del
empresariado –en concreto, el ramo hotelero- el que primero empezó a fastidiar
la cosa.
En
efecto, los pisos turísticos nacieron
porque las moratorias de los gobiernos municipales del cambio (los de vamos a
cambiarnos por los que están) a la construcción de nuevos establecimientos
hoteleros provocaron que, ante la limitación de plazas hoteleras, surgiera este
tipo de oferta. Oferta que no le hace la competencia directa (al menos, no
completamente) a los hoteles, porque son otro tipo de servicios los que ofrecen.
Pero, mirando únicamente por su bolsillo, los empresarios hoteleros promovieron
que se cercenara el derecho de propiedad privada, ya que, si yo tengo un piso,
puedo alquilárselo a quien me pete, por el tiempo que me pete y con la
finalidad que me pete, siempre y cuando no infrinja la Ley. Esto se unía a las
críticas, fundadas o no, de asociaciones vecinales que se quejaban de que con
los pisos turísticos aumentaba el precio de los alquileres, al tiempo que
crecía el nivel de ruido y molestias.
Otra
cosa es que, por presiones del lobby
hotelero, se cambie esa Ley, y además en cada sitio de una manera. Tan es así,
que hasta el Defensor del Pueblo (aunque ya sabemos el caso que le hacen a la
pobre institución) se ha posicionado a favor de los pisos turísticos, criticando
las restricciones autonómicas y proponiendo establecer directrices fiscales
claras al alquiler de viviendas turísticas.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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