Pese
a constituir un retruécano de considerables dimensiones, no me he podido
resistir a emplearlo como título de esta entrada del blog. Porque, aunque ya
debería estar acostumbrado, la actitud de gran parte de la izquierda española
con motivo del vigésimo aniversario del asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco la sitúa,
directamente, en la base de la escala de bajea moral de la que es capaz la
especie humana.
Empezando
por la alcaldesa de Madrid, esa abuelita
aparentemente simpática pero que debe tener las entrañas formadas por mierda
podrida. Ella, que tan aficionada es a poner pancartitas en un edificio que es
de todos los madrileños cuando el mensaje está de acuerdo con su ideología (del
welcome refugees a la bandera del
colectivo LGTBXYZ), muestra una considerable renuencia a hacerlo cuando los
criticados implícitamente son aquellos a los que hace no tanto no veía motivo
para tenerles entre rejas hasta que se convirtieran en polvo.
Y
lo peor no es eso, sino las excusas ramplonas que da. Inicialmente dijo que no
habría pancarta para no individualizar unos nombres frente a otros. Eso casi puedo entenderlo: la izquierda
española en general desprecia a las víctimas de los asesinos terroristas, y los
considera una especie de imprudentes que tuvieron la nefasta idea de colocarse
en el punto de mira de esas alimañas (para el progretariado de todo pelaje, léase luchadores por la libertad del pueblo vasco). Cuando se le criticó,
doña Rojelia se empecinó en que no veía
mucho sentido a la pancarta de Blanco
e insistió en rechazarla, celebrando en su lugar una concentración, ese acto
profundamente inútil que a asesinos y terroristas debe producirles más risa que
otra cosa.
Al
menos, el pueblo español parece tener las cosas más claras, y en el homenaje al
concejal asesinado la primera edil de los madrileños fue abucheada, como
abucheado eran Rodríguez y sus ministros en los actos de homenaje a las Fuerzas
Armadas. Reaccionando como el detrito humano que es, la antigua juez consideró
que aquello había sido una encerrona (será que, con la edad, habría olvidado
que fue ella la que convocó la concentración en lugar de colocar la pancarta
que se le había solicitado) y la muy cabrona, además, se permitió echarle la
bronca a Marimar Blanco porque aquello no
eran modos.
Los
socialistas, por su parte, siguieron haciendo el ridículo, como siempre:
pidieron a Carmena –que, no me cansaré de repetirlo, ocupa la poltrona gracias
a ellos- que homenajeara a Blanco, pero no hicieron lo mismo en aquellos municipios en los que el alcalde era del partido de la mano y el capullo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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