Cuando
los perroflautas devinieron delinquidores y se dedicaron a ocupar las plazas
públicas, coartando así el derecho a la libertad de movimiento de los demás,
proclamaron a los cuatro vientos, además de su escasa higiene corporal, que
aquello era verdadera democracia, que los políticos de la casta no les representaban, y que allí se podía debatir de todo.
Sin
embargo, ya en aquellos (no tan) lejanos tiempos se podía vislumbrar el
verdadero carácter ideológico de aquella chusma. No eran libertarios, ni en el
sentido estadounidense (una especie de liberales extremos, para entendernos) ni
en el europeo (una forma fina y delicada de referirse a los anarquistas): eran,
simple y llanamente, marxistas o, por decirlo más claramente, comunistas. Más habituados
a las nuevas tecnologías y las nuevas formas de comunicación que sus
correligionarios castizos, que en
aquellos lejanos tiempos les apoyaban y buscaban servirse de ellos, pero
comunistas al fin y al cabo.
Andando
el tiempo, y metida ya la patita en las instituciones (y también la zarpa y el
tafanario, no nos engañemos), estos neocom
se han ido quitando la careta, esa careta que tampoco es que ocultara demasiado,
la verdad. Tras deglutir a quienes se encontraban a su derecha inmediata (los paleocom de los que antes he hablado),
avanzar inexorables pretendiendo fagocitar el premio mayor, el cada vez más
decadente partido socialista. Y mientas, además de abrazarse a dictadores (de
izquierdas) y teocracias homófobas, van exteriorizando las formas, modos y
maneras que cualquier autoritarismo, y más los de izquierdas (que ha sido más y
han gobernado, y gobiernan, y han asesinado, y asesinan, a más seres humanos
que los de derechas), han tenido desde siempre.
La
penúltima ha sido decidir que se inhabilitará a aquellos militantes que filtren datos comprometidos. Algo que, en teoría, no debería suceder, puesto que, como
todos sabemos (porque ellos mismos se encargan de decirlo con todo el cuajo del
mundo), la gente de izquierdas es genéticamente incapaz de hacer algo malo.
Después
de todo, los filtrantes no se deberían quejar: no hace tanto tiempo que a esa
gente se les purgaba… y no hablo en sentido digestivo, precisamente.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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