La
verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Y por mucho que trescientos
ocho diputados (de trescientos cincuenta) aprueben que la politización no fue
un problema para las cajas de ahorro, el hecho es que sí lo fue.
El
documento aprobado sostiene que queda desmentida la tesis sobre la influencia política como causa explicativa del mayor impacto de la crisis en las cajas de ahorros. Ya pueden decir lo que quieran. Aunque
las cajas eran (¿son? ¿queda alguna todavía viva?) fundaciones y, por lo tanto,
no debían perseguir el obtener beneficios por el mero hecho de obtenerlos –a diferencia
de los bancos, que son empresas y, por lo tanto, están ahí para ganar dinero-,
sí debían obtener unos rendimientos que les permitieran sobrevivir.
Y
cuando al frente de las cajas colocas, no a personas con experiencia y talento
para la gestión de patrimonios, sino paniaguados de los partidos políticos, los
sindicatos, los gobiernos regionales y demás ralea –es decir, en la mayor parte
de los casos, una panda de perfectos inútiles-, lo lógico es que se fueran a
pique en cuanto las cosas fueran mal dadas.
Para
resumir: si pones al volante del coche a alguien que no sabe conducir, lo
lógico es que se estrelle cuando vengan curvas. Y la culpa será del conductor,
por supuesto: pero también de quien le puso ahí. Los políticos.
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