Todos
los partidos políticos, cuando llevan algún tiempo en el gobierno, tienden a
confundir el partido con el Estado, en el sentido de que piensan que los medios
del Estado han de estar al servicio de los que gobiernan, estén realizando
actividades realmente gubernativas,
simplemente partidistas o incluso perfectamente privadas.
En
este último grupo estarían (para mis detractores, verán que reparto a izquierda
y derecha) el que Alfonso Guerra se cogiera un Mystére para llegar a tiempo de ver torear en la Maestranza a Curro
Romero, el que José María Aznar montara la boda de su hija en el Monasterio del
Escorial con todo el boato del mundo (algo a lo que pienso que tenía derecho si
el dinero de la boda salió de su bolsillo pero que, reconozcámoslo, no quedó
demasiado elegante) o el que el alcalde de Zaragoza cargue a las arcas públicas
sus compras de gomina.
El
primer grupo no ofrece discusión. Queda, pues, el segundo, algo a lo que es
bastante más aficionada (desde mi punto de vista) la izquierda; al menos, en
España. Desde utilizar los medios de transporte oficiales para dar mítines
hasta que por parte del candidato a la presidencia del Gobierno, y presidente
en ejercicio (esperemos que por poco tiempo ya) se pida a los ministerios material de ataque al PP.
Cuando
se les ha criticado, han respondido que ven la petición absolutamente normal. Estoy de acuerdo: es normal en el sentido de
que, vistos los antecedentes, no cabía esperar otra cosa. Lo que no es, de
ninguna de las maneras, es correcto ni decente.
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