La
pamema de lo políticamente correcto está secando las neuronas de gran parte de
la población.
Tomemos
el caso de los negros, por ejemplo: de llamarles negros, se pasó a denominarles
de color, lo que ya en sí es un
contrasentido. Por un lado, el negro no es un color sino, precisamente, la
ausencia del mismo; por otra parte, si los negros son de color negro, valga el
contrasentido cromático, los asiáticos orientales son, por mor de la misma
simplificación, de color amarillo. Son también, por tanto, de color, pero no caen dentro de la denominación de personas de color. Luego pasó a
llamárseles afroamericanos, afrodescendientes o subsaharianos; pero Rami Malek
(el actor que interpreta a Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody) es descendiente de egipcios y, por tanto, es un
afordescendiente o afroamericano de piel clara… y, como suelo decir yo, pocos
habrá tan subsaharianos y a la vez
tan blancos (o tan no-negros) como los afrikáner.
Luego
está el caso de llamado lenguaje inclusivo
(que resulta más bien excluyente, puesto que no hace más que distinguir sexos –que
no géneros- y, además, suele operar en términos binarios, con lo que los
inter/pan/a/bi/transexuales quedan fuera), los llamados micromachismos y demás zarandajas esgrimidas por el lobby feminazi. Que, ojo, no digo que estas
circunstancias no existan, pero desde luego no en los términos que ese grupo de
presión sostiene; y que nos llevan a extremos tan ridículos –ya llego al tema,
ya llego- como que Aena elimine de sus mensajes de megafonía la fórmula señores pasajeros por considerarlo machista.
Lo
dicho: aquí acabamos (casi) todos giligónadas perdidos.
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