Los
golpistas catalanes y sus corifeos (y mira que son feos en general, los jodíos)
han proclamado que la suya es una revolución de las sonrisas, la paz y el buen
rollito. Algo que no se compadece con la realidad, tozuda ella, empeñada en
demostrar que, de Companys para acá, los regionalistas catalanes han hecho de
todo menos respetar al que no piensa como ellos.
No
sé cuál será el resultado del proceso judicial que les está enjuiciando, ni si
la (deseable) condena servirá para algo (hablo del nunca negado posible indulto
por un gobierno socialista), pero al menos estamos teniendo ocasión de que
quede, negro sobre blanco, las tropelías cometidas por las turbas enardecidas
por una caterva de oportunistas, egoístas y miserables. Desde la descripción por
los agentes que participaron en registros, incautaciones y en el 1-O de las caras de odio y la violencia de los manifestantes independentistas hasta la
narración de que obligaron al hijo de uno de los miembros de la Benemérita a
protestar contra su padre, en uno de esos colegios en los que, según la
tartajeante portavoz del gobierno de España, sólo se adoctrina en un cero coma
dos por ciento.
Y,
mientras, el vicepresidente catalán intentaba crear un Banco Central de Cataluña pidiendo dinero prestado a los chinos. Que
no se lo dieron, naturalmente: serán chinos, pero no se les engaña como a los
del refranero…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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