Pablo
Iglesias es un sujeto despreciable. Y no lo digo (sólo) por sus ideas políticas,
ya que hasta entre los comunistas hay personas humanamente respetables (pocas:
así, a bote pronto, sólo se me ocurren Julio Anguita y Marcelino Camacho… y uno
de los dos está muerto). No, lo digo porque bajo esa fachada de revolucionario
de baratillo lo que yace es un detrito humano de la peor especie.
Ya
lo demostró en aquellas declaraciones previas a su eclosión mediática y
política, cuando se ufanaba de haber resuelto a puñetazos un intento de robo
por parte de gente de una clase social mucho más baja que la suya (vaya
comentario, en boca de un comunista), o cuando se refiere a la Marcha Real como
cutre pachanga fachosa. Pero es que
cada vez que excreta insensateces por el orificio superior de su tracto
digestivo, el interfecto queda perfectamente retratado.
La
última, de momento, ha sido desvelar sus fantasías más pervertidas al decir que
azotaría a la periodista Mariló Montero hasta que sangrase. Menos mal que la ex de Carlos Herrera no es de las que suelen
callarse (más bien todo lo contrario, suele decir lo primero que se le pasa por
la cabeza), y le ha denunciado por esos comentarios ante el Instituto de la
Mujer, que ha calificado las palabras de Junior
como lo que son (y como lo que es el muchacho, añadiría yo): sexistas y
violentas.
La
formación neocom, lejos de mostrar
una ofendida conciencia feminista, ha cerrado filas tras su líder y le ha
defendido, alegando que se trataba de bromas en una conversación privada.
Pues,
la verdad, no le veo la gracia por ninguna parte.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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