Quienes
lean este blog (qué gusto da decir eso y saber que no se refiere a uno mismo),
o quienes hablen conmigo de fútbol, sabrán que José Guardiola no me inspira la
menor simpatía, ni en lo personal ni en lo deportivo.
En
lo personal porque, para decirlo lisa y llanamente, es un hipócrita. Que sus ideas
políticas sean contrarias a las mías no sería un problema si el tío hubiera ido
siempre de frente, cosa que, por lo visto, es incapaz de hacer. Pero es que va
de alma cándida, de mirlo blanco, cuando es un capullo de marca mayor, algo que
suele ser común a los que militan o han militado en el club al que se le une de
modo inmediato (esto es, el Fútbol Club Barcelona).
En lo
deportivo porque creo que, empezando por él mismo, está excesivamente
sobrevalorado. En su etapa en el Barcelona tuvo la suerte de coincidir con una
generación de jugadores en su momento culminante y, en concreto, con uno (el
enano hormonado) capaz de desequilibrar él solo un encuentro (eso, si no se le
cruzaban los cables).
Cuando
se marchó al Bayern de Múnich pronostiqué que sería incapaz de repetir sus
éxitos culés, y acerté. Entrenando a un equipo cuyo dominio absoluto del fútbol
alemán hace que la dicotomía Madrid-Barcelona parezca una pamema, en el trienio
que estuvo allí fue incapaz de igualar siquiera los éxitos de su predecesor,
fracasando en concreto en conquistar la Copa de Europa (y siendo, además,
eliminado en las tres ocasiones por equipos españoles: una por el Barcelona –fui
incapaz de decidir quién prefería que fuera eliminado- y dos por el Real Madrid).
Al
anunciarse su marcha al Manchester City, un equipo creado a golpe de talonario,
pronostiqué que el batacazo sería todavía mayor. Y, a tenor del comienzo de la
Premier League –ganó el primer partido por la mínima gracias a un gol en propia puerta de los rivales-, parece que iba bien encaminado.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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