Las
dos principales ciudades de España están regidas por dos incompetentes que han
llegado al puesto, más que por méritos propios (de los que carecen), por
deméritos ajenos. Pero mientras que doña
Rojelia es nada más que una roja de manual, rodeada de una panda de
chiquilicuatres sin oficio ni beneficio (más allá de ocupar edificios o asaltar
capillas medio en pelotas), en el caso de la bruja Piruja concurren además otras circunstancias que, a mi modo
de ver, le dan una cierta peculiaridad.
Porque
Ada Colau es, sí, una roja de las de toda la vida, pero tiene además otras dos
características de las que carece su colega madrileña. En primer lugar, al modo
de los acólitos de la alcaldesa de la Villa y Corte, no tiene oficio más allá
del de antisistema profesional:
actriz fracasada, opositora a las hipotecas sin haber sido nunca propietaria…
En segundo lugar, tiene ese tufillo secesionista que caracteriza en general a
las izmierdas periféricas y que, de
momento, parece estar proporcionándole réditos electorales.
Dos de
las últimas decisiones brujeriles están
teñidas de esos prejuicios ideológicos tan comunes a toda la izquierda
españoña. En primer lugar, se plantea aprobar la construcción de una gran mezquita en Barcelona. Con esa medida, lo que busca es, por decirlo pronto y
mal, joder a los católicos; sin embargo, no se da cuenta de que eso supone
echar gasolina al fuego islamista, y el que no quiera verlo es un estúpido o un
malvado.
La segunda
medida es crear el Instituto de Pasados Presentes, que debe ser la traducción al dialecto del occitano de sigamos dando la matraca con la desmemoria histérica.
Es decir, esa tendencia, tan propia de los totalitarismos de todo signo, de
pretender reescribir la Historia.
George
Orwell, qué bien les conocías, bribón…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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