La talla política, intelectual y hasta humana de los sucesivos integrantes del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer va cuesta abajo y sin frenos.
Uno de los ejemplos más notorios (hoy toca usar la palabrita) de lo que digo es el caso del ninistro de Transportes, en Pitecanthropus
pucelensis, un espécimen que viene a constituir, según dicen, el ejemplo
más depurado, la destilación más fina, de ese elemento conocido como chulo de
barra de bar.
No se sabe si se mete en todos los charcos
por voluntad propia o por mandato del psicópata de la Moncloa, pero el hecho es
que lo hace. Como dice el dicho, nunca deja pasar la oportunidad de dejar pasar
la oportunidad de abrir la bocaza.
En el ámbito propio de sus competencias
-porque entre sus opiniones sobre toxicomanías, política internacional,
separatismo, constitucionalidad y rastreo de tuits críticos, parece que ha
encontrado un huequecito para encargarse de aquello por lo que se le paga un
buen sueldo-, la última ha sido presumir de una auténtica revolución ferroviaria
y alardear de liderazgo en seguridad y puntualidad en la materia… más o menos al mismo tiempo que se producía un colapso ferroviario en la estación de
Chamartín, con un tren averiado en el túnel que la une con la de Atocha y los
viajeros teniendo que romper las ventanas para sobrevivir en un ambiente a
cuarenta grados centígrados.
La revolución pendiente, que dijo alguno que no he conseguido determinar con precisión…
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