La sociedad occidental actual es tan hipócrita que tolera que los dirigentes, si son de su cuerda, cometan los mayores latrocinios imaginables, pero ¡ay, si se les ocurre tener algún desliz en el bajo vientre! Entonces, arremeterán contra él de todas las formas imaginables. Que se lo digan a William Jefferson Clinton, por ejemplo.
Al otro lado del continente, el último
peronista en ocupar la Casa Rosada parece que no pasará a la historia patria
por su negligencia al gobernar -en eso no se distingue demasiado de sus
predecesores-, ni con arramblar con todo lo que pudo -más de lo mismo-, sino
por una serie de escándalos sexuales, a cual más truculento, que por lo visto
eran de conocimiento general, al menos dentro de la banda que es el partido
justicialista argentino.
Con ser grave que la faceta privada pese más en la valoración de un político que la pública, lo que de verdad clama al cielo
-laico- de sus conmilitones ideológicos en la esfera internacional es que, tan
feministas ellos cuando el (presunto) agresor no es de su cuerda, no le expulsen de su seno o, peor aún, digan que algo habrá hecho la maltratada para
que la maltraten.
Esta, ni es hermana ni la creen en lo más mínimo.
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